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Introdución de Luis Sepulveda a la edición italiana de Una Casa en la Oscuridad/ Uma Casa na Escuridão (Una Casa nel Buio, La Nuova Frontiera, 2003)

 

 

Primero conocí la poesía de José Luis Peixoto, cautivadora, impecable y llena de una extraña fuerza que combina los ineludibles guiños a los poetas mayores de lengua portuguesa, con la visión de un creador joven, entendiendo la juventud –no como una absurda”promesa”- como el ejercicio más amplio de la curiosidad.

 

Luego, me acerqué a la prosa de Peixoto y la lectura de “Nenhum Olhar “ me dejó el extraordinario buen sabor que siempre dejan los autores que, empiezan a contar su historia desde la primera línea, y son fundadores de un espacio, de un territorio, de un universo que sólo es posible en la literatura. Los mapas de la literatura no tienen cuatro miserables puntos cardinales, tienen muchos, su cantidad es infinita, y esto es algo que Peixoto evidencia con singular maestría.

 

Así, el lector de Peixoto se asoma a las páginas de “Uma casa na escuridâo” con la disposición de participar en una aventura cuyo escenario, cuyo territorio es presentado por el autor como la única normalidad posible. En este caso, Peixoto se ha decidido por la oscuridad, mas no por la oscuridad de los ciegos o de la simple ausencia de luz. La oscuridad de Peixoto es una alegoría de la decadencia imperial, del fin de una época pasado, presente, o por venir, acaso del fin de todos los tiempos.

 

Mientras leía “Uma casa na Escuridâo” no dejaba de pensar en cuánto hubieran disfrutado de esta novela escritores como Lezama Lima, Julio Cortázar, Borges y Calvino, pues esos maestros nos enseñaron que uno de los grandes desafíos de la escritura-tal vez el mayor- es resolver con acierto el “inmiscuir” todo el bagaje de lector del escritor, sin que esto se transforme en un lastre, en un elemento de distracción respecto de la trama, o en una triste demostración de vanidad.

 

José Luis Peixoto lo resuelve con envidiable maestría, su escritura es en todo momento fresca, ágil, envolvente, y al mismo tiempo es sostenedora de toda una herencia literaria universal.

 

Recuerdo una conversación con Juan Carlos Onetti, en ella, el gruñón maestro uruguayo me decía que desconfiaba de las novelas escritas por poetas –sólo excluía a Homero-, porque se les notaba demasiado “la mano de poetas”, para mal de la novela.

 

Onetti también habría disfrutado con la lectura de “Uma casa na Escuridâo”, pues en la novela de Peixoto, ciertamente que se nota su mano de poeta, pero al servicio del fin que se impuso como narrador, y que es el crear destellos de intensa luminosidad, que orientan –y el lector no dejara de agradecerle- en el territorio de la oscuridad, de una oscuridad condensada como una genial metáfora de las decadencias imperiales, de una oscuridad densa como sólo puede ser la oscuridad presentida de una fila de sepulcros, en las que están; mi padre, el padre de mi padre, el padre del padre de mi padre, seis generaciones, y al final, la mía.

 

La escritura de Peixoto es limpia e inteligente. En ninguna de sus páginas el lector encontrará esas abominables “última verdad” u otras paparruchadas que caracterizan la imposibilidad de narrar de muchas y muchos literatos, y la remplazan por un urgente decir algo, cualquier cosa que cubra sus vacíos. Y esto es algo que también el lector agradece a Peixoto. Estamos frente a una escritura sobria, de portuguesa sobriedad, que le permite, por ejemplo, escribir, narrar, la más bella e intensa descripción de la soledad: A partir de un simple e ingenuo ejercicio de jugar con los restos de luz atrapados en los párpados, el protagonista-narrador crea un personaje dentro de él, es una mujer, es La Mujer, y la llevará siempre consigo con la terrible certeza de que no habrá más cercanía que la permitida por la oscuridad. Esa es la invención de la soledad.

 

Peixoto no puede-y no debe- prescindir del enorme poeta que habita en él. Como Poeta, es consciente del poder fundador de las palabras, y como narrador sabe hacer de ellas el sólido elemento que sostiene la arquitectura de la novela. Sin la menor pretensión de “experimentalismo” literario, reitera desde la oscuridad, repite frases que una vez más orientan, otorga a las palabras una sensual cadencia que ilumina. No es contradictorio sostener que estamos frente a una novela muy visual, cargada de imágenes, de fotoramas, es particularmente significativo el recurso de prescindir de las mayúsculas en los nombres propios, pues nada debe perturbar el paseo por “Uma casa na Escuridâo”. En esta novela el lector no tropieza con nada, pues nada debe interrumpir el lento e inexorable decaer, desear el fin, el fin de la oscuridad.

 

José Luis Peixoto nos conduce por el laberinto de sentimientos, precisos o confusos, de perplejidad o resignación, de rebeldía o desconsuelo. Nombra y vuelve a fundar esos “Elementos del Desastre” a los que alude Álvaro Mutis, y lo hace “ como si desapareciera una letra del alfabeto y, a partir de ese momento, todos los libros tuvieran que ser escritos sin esa letra”.

 

Estamos pues frente a un escritor maduro. Frente un estupendo narrador portugués.





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